En los países desarrollados donde la esperanza de vida ha ido
en aumento, la preocupación por la salud ha sufrido un proceso de transformación en una preocupación por la
enfermedad. Los ciudadanos cada vez demandan más fármacos cuando acuden al
médico, en un afán de conseguir, erróneamente, un mayor poder en el proceso de
curación de enfermedades.
Esto se debe sobre todo a numerosas campañas publicitarias de
concienciación, que hacen creer a las personas que los hechos cotidianos o
procesos naturales son adquiridos como enfermedades. De esta forma, un evento
problemático y puntual que surja en la vida, más o menos grave, se ve dominado
por el temor y a su vez por la certeza de estar enfermo, cuando en realidad
este hecho forma parte de la vida misma, que además nos ayuda a aprender o
madurar.
De este modo se ha creado un modelo social de enfermar
irracional, en el que todo se convierte en enfermedad, como por ejemplo el
trabajo, el aburrimiento, las pecas, el envejecimiento, el jet lag o la
celulitis. Y en tal medida que “existe una enfermedad para cada pastilla”.
El único sentido posible a este modelo, denominado por
primera vez por Lynn Payer como “disease mongering” (tráfico de enfermedades), es
el enorme interés económico y profesional que subyace en manos de la industria
farmacéutica.
Lynn Payer en su libro “Disease- Mongers: How Doctor, Drug
Companies, and Insures are Making You Feel Sick” llega a identificar diversas
tácticas para aumentar el número de enfermedades, entre ellas podemos encontrar
la promoción de medicamentos como solución principal para alteraciones que
antes no se consideraban problemas médicos, la introducción de nuevos
diagnósticos cuestionables que sean difíciles de distinguir de la vida normal o
promoción de tratamientos agresivos con fármacos para síntomas o enfermedades
leves. En definitiva, su objetivo fundamental es tratar de convencer a la gente
sana de que está enferma, y a gente levemente enferma de que está muy enferma.
El negocio de la salud es sin duda una fuente inmensa de
producción de dinero, motivo por el cual, no extraña el enorme interés que la
industria farmacéutica muestra por este sector, siendo además el núcleo
principal del que depende. Por ello, para aumentar los ingresos, resulta
tentador crear nuevas enfermedades para las que poder “inventar” uno o varios
fármacos como remedio, así como aumentar los puestos de trabajo e incrementar
la inversión en nuevas investigaciones, marketing, relaciones públicas y
administración.
De esta forma se va conformando una burbuja de drogas que
puede llegar a dejar en bancarrota a los sistemas de salud debido a la
sobremedicación de la población. Aquí entraría en juego la política, que
debería sopesar la gran utilidad y beneficios que aporta esta industria con los
daños que está ocasionando en la sociedad.
La excelencia médica y la medicina basada en
la evidencia, pueden desmontar historias médicas y devolver a los afectados la
oportunidad de vivir sus vidas sin fármacos. Para ello es fundamental hacer una
distinción clara entre la línea que separa los procesos
normales de los patológicos, tanto por parte de los profesionales sanitarios
como por la sociedad en general.
El gran problema radica en que mientras se investiga que cierto fármaco produce más daños o riesgos que beneficios y las autoridades sanitarias asumen la evidencia, muchísimas personas seguirán medicándose innecesariamente.
El gran problema radica en que mientras se investiga que cierto fármaco produce más daños o riesgos que beneficios y las autoridades sanitarias asumen la evidencia, muchísimas personas seguirán medicándose innecesariamente.
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